01 enero 2015

Los días de bodas

Si alguna vez caminas por la calle Enrique Díaz de León, cruzando la avenida Vallarta, notarás una sucesión de tiendas de vestidos de novia. No es casualidad que esta zona se haya vestido de blanco; hay razones históricas que explican este fenómeno.

Corría el año de 1910, y la Revolución Mexicana estaba a punto de cambiar el curso de la historia. Los hombres, al alistarse para la lucha, se apresuraban a casarse, dejando descendencia y protegiendo a sus prometidas de los rebeldes. Este acto de amor y precaución elevó las nupcias en Guadalajara a tal grado que todos los días se celebraban bodas.

La demanda de vestidos de novia floreció, y con ella, la construcción de iglesias y capillas se multiplicó para atender a las parejas ansiosas por sellar su amor. No es de extrañar que el centro de la ciudad esté salpicado de estos santuarios del matrimonio.

Luego vino la Guerra Cristera, y con ella, el temor de que las puertas de las iglesias se cerraran para siempre. La gente de pueblos y estados vecinos acudía en masa a casarse en la perla tapatía, un apodo que Guadalajara adoptó por la belleza y el brillo de sus tradiciones nupciales. Los vestidos blancos, únicos del occidente del país, se convirtieron en símbolo de esperanza y continuidad.

Con el paso del tiempo, Guadalajara creció y se transformó, pero las iglesias y capillas quedaron como testigos mudos de aquellos años turbulentos. Las tiendas de vestidos de novia, por su parte, se convirtieron en el sueño de las parejas que aún desean conservar el ritual, buscando una bendición que trasciende lo personal, lo social y lo espiritual.

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