Llegué al salón donde ella, en lo alto de una escalera, ajustaba un cuadro. Restauradora de arte, se especializaba en el legado colonial español en México. La observé, ajena a mi presencia, mientras el polvo danzaba en los haces de luz que cuidaban el color de las pinturas.
Me encantaba verla así, inmersa en su inspiración, ajena al mundo. Descendió y solo con un "hola" le revelé mi presencia. Se tocó la frente, disculpándose por olvidar nuestra cita, engañada por la ausencia de relojes y la luz natural. Le sonreí y le mostré la cena que había traído; si ella no podía ir a la cita, la cita vendría a ella.
Sentados en el suelo, entre bocados, me habló de las pinturas que cobraban nueva vida bajo sus manos. Me contó cómo monasterios y conventos eran refugio de artistas, cómo la nueva tierra ansiaba su propio arte sin olvidar la visión del viejo mundo. Arte sacro, esculturas devotas, todo para iluminar tanto a fieles como a incrédulos.
Señaló las obras que nos rodeaban, cada una con su impacto silencioso: hombres en sacrificio, mujeres en oración, madres e hijos compartiendo el sustento, ancianos y ángeles en espera, sacerdotes prometiendo cielos y un hombre de rostro ensangrentado. Escuché en silencio, sintiendo el frío del lugar intensificarse bajo la mirada de las figuras que, en su quietud, parecían rehusarse a encontrarse con nuestros ojos.
—Los maquillas para que se vean igual de tristes —comenté.
Ella rió.
—No, a pesar de su tristeza, tienen belleza. El artista conocía el sufrimiento, pero mira sus rostros, hay naturalidad en ellos.
—Pero si conocía el sufrimiento, debía conocer también la alegría, o al menos cómo dibujar sonrisas. Tanta solemnidad me abruma.
—Quizás eso es lo que buscaban. La tristeza invita a buscar consuelo, ¿no es eso lo que deseaban las iglesias de entonces?
—Tú eres la experta en restauración y en historia, yo solo soy un espectador de tu arte —le dije.
—Deberías ser espectador del arte —me corrigió—. Y lo que tú haces, ¿no es también arte?
Se sonrojó.
Fue una cita memorable. Para la próxima, esperamos un lugar más acogedor, libre de tantas miradas furtivas. Y espero que esta vez no se le olvide. Nos reímos juntos, cómplices en el arte y en la vida.
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