21 diciembre 2015

Restauradora de arte

Llegué al salón donde ella, en lo alto de una escalera, ajustaba un cuadro. Restauradora de arte, se especializaba en el legado colonial español en México. La observé, ajena a mi presencia, mientras el polvo danzaba en los haces de luz que cuidaban el color de las pinturas.

Me encantaba verla así, inmersa en su inspiración, ajena al mundo. Descendió y solo con un "hola" le revelé mi presencia. Se tocó la frente, disculpándose por olvidar nuestra cita, engañada por la ausencia de relojes y la luz natural. Le sonreí y le mostré la cena que había traído; si ella no podía ir a la cita, la cita vendría a ella.

Sentados en el suelo, entre bocados, me habló de las pinturas que cobraban nueva vida bajo sus manos. Me contó cómo monasterios y conventos eran refugio de artistas, cómo la nueva tierra ansiaba su propio arte sin olvidar la visión del viejo mundo. Arte sacro, esculturas devotas, todo para iluminar tanto a fieles como a incrédulos.

Señaló las obras que nos rodeaban, cada una con su impacto silencioso: hombres en sacrificio, mujeres en oración, madres e hijos compartiendo el sustento, ancianos y ángeles en espera, sacerdotes prometiendo cielos y un hombre de rostro ensangrentado. Escuché en silencio, sintiendo el frío del lugar intensificarse bajo la mirada de las figuras que, en su quietud, parecían rehusarse a encontrarse con nuestros ojos.

—Los maquillas para que se vean igual de tristes —comenté.
Ella rió.
—No, a pesar de su tristeza, tienen belleza. El artista conocía el sufrimiento, pero mira sus rostros, hay naturalidad en ellos.
—Pero si conocía el sufrimiento, debía conocer también la alegría, o al menos cómo dibujar sonrisas. Tanta solemnidad me abruma.
—Quizás eso es lo que buscaban. La tristeza invita a buscar consuelo, ¿no es eso lo que deseaban las iglesias de entonces?

—Tú eres la experta en restauración y en historia, yo solo soy un espectador de tu arte —le dije.
—Deberías ser espectador del arte —me corrigió—. Y lo que tú haces, ¿no es también arte?
Se sonrojó.

Fue una cita memorable. Para la próxima, esperamos un lugar más acogedor, libre de tantas miradas furtivas. Y espero que esta vez no se le olvide. Nos reímos juntos, cómplices en el arte y en la vida.

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