09 diciembre 2015

Estimada Señorita

Estimada señora:

Con el permiso que no me ha concedido, me atrevo a redactarle estas líneas. Hace unos días, nuestros caminos se cruzaron, o más bien, usted irrumpió en mi trayectoria con tal fuerza que, sin querer, hice llover sobre el pavimento un otoño de hojas manuscritas. Soy escritor, o al menos eso pretendo ser, y en aquel vendaval inesperado, algunas de mis creaciones se perdieron sin que me percatara.

Le confieso que la responsabilizo de aquel desastre literario, de haberme despojado de años de trabajo. Los escritos que se esfumaron entre sus pasos eran cuentos y poesías, tesoros de mi alma ahora vagando huérfanos por la ciudad.

Si no hubiera sido por su presencia perturbadora, hoy estaría celebrando la publicación de un compendio de relatos iniciado hace lustros. Pero ¿qué valor tendrían esas páginas sin alma, sin la esencia que usted, sin saberlo, ha vertido en ellas? Mis poemas carecían de su esencia antes de conocerla, y mis cuentos ignoraban la existencia de un ser como usted. Ha desmantelado mi mundo, señora, y con él, la ilusión de una obra completa.

Descarté todo lo anterior y empecé de nuevo, porque desde que la vi, todo cambió. Ahora escribo incansablemente, día y noche, con usted en cada pensamiento. Quizás deba sentirse culpable, pues su imagen me ha robado el sueño y el apetito. Antes escribí sobre este sentimiento, sin imaginar que pudiera vivirlo; ahora sé que se llama amor.

Por su culpa, he perdido cien poemas y treinta y cinco cuentos, pero en su lugar, he creado más de trescientos nuevos versos y ochenta y siete relatos desde aquel atardecer en que usted me hizo tropezar. Mi editor los aclama, exigiendo más. ¿Más? Si mi intención era publicar un solo libro, y ahora me veo abrumado por la demanda de continuar. Y es que cada palabra que plasmo pensando en usted acelera mi corazón y desborda mi mente de ideas.

Propongo que nos encontremos, para aclararle que usted es la única responsable de lo que le suceda a este corazón. Para reparar los daños, deberá cuidarlo y mantenerlo sano. De lo contrario, me veré obligado a escribirle sin cesar, hasta que atienda mi llamado. Será insoportable para usted entrar a una librería y encontrar mis obras, todas dedicadas a su persona. Y cuando abra el periódico, en la sección cultural, encontrará mis pensamientos diarios, siempre dedicados a usted.

Espero que estas palabras la conmuevan y decida ayudarme a encontrar la paz que su belleza me arrebató.

Con la esperanza de su respuesta, me despido con una reverencia y mi sombrero en alto.

Atentamente,
Un escritor enamorado.

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