27 diciembre 2014

Volvía una y otra vez

En la ciudad de los ecos perdidos, había un café donde el tiempo parecía detenerse. Era un lugar de encuentro para almas errantes y corazones solitarios, un refugio para los que buscaban consuelo en el aroma del café recién molido.

Cada mesa contaba su propia historia, pero había una en particular que guardaba el eco de un amor no correspondido. Allí se sentaba cada tarde un hombre de mirada melancólica, que volvía una y otra vez, como si esperara revivir un momento que ya no volvería.

Un día, el cielo se abrió en un llanto de nubes, y la lluvia caía como un velo sobre la ciudad. El hombre, sentado en su mesa habitual, dejó que sus lágrimas se confundieran con las gotas que golpeaban los cristales del café. Recordaba a aquella mujer a la que amó en silencio, a la que gritó con el alma, pero cuyos oídos nunca escucharon su llamado.

El café seguía siendo testigo de su dolor, de los fractales de su memoria dispersándose en el aire, fragmentando el espacio-tiempo. Y aunque intentaba disimular sus lágrimas con la lluvia, su corazón no podía ocultar la tristeza que lo consumía.

Así pasaron los días, y el hombre del café se convirtió en una leyenda urbana, el fantasma de un amor que nunca fue, esperando en vano por una voz que respondiera a su llamado.

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