06 febrero 2012

La princesa y el profesor

La Princesa de los Compuestos y el Laberinto de Sombras

En un reino de reflejos y quimeras, la princesa C8H11N habitaba, prisionera de un espejo que, cual joya, se erguía en el corazón de un laberinto. Este no era un laberinto común, pues sus pasillos y encrucijadas estaban custodiados por un dragón de sombras, una criatura que se deslizaba por las paredes como aceite sobre agua, cazando las sombras de aquellos que osaban entrar.

La princesa, con dedos de alquimista, tejía mantas que eran más que simples tejidos; eran lienzos donde bordaba paisajes y personajes, narrando en hilos su anhelo de libertad.

La leyenda decía que, para liberarla, uno debía llevar las aguas de lágrimas al laberinto, extinguir noventa y nueve antorchas ocultas y vencer al dragón de sombras clavándole una vela encendida en el pecho. Solo entonces, el laberinto se disolvería, el espejo capturaría la luz del sol y la princesa sería libre.

El profesor Epilef T23, un hombre de ciencia y misterios había leído sobre esta leyenda en diarios de antaño. Muchos habían intentado el rescate, todos habían fracasado. Pero Epilef, en su pizarra, trazó un plan que creyó infalible. Viajó a la India en busca de los místicos pollos explosivos, una creación de un sabio indio que combinaba aves con artefactos de destrucción.

La Odisea de Epilef y las Gallinas Explosivas

Con miles de gallinas-bomba vacías, el profesor Epilef T23 se dirigió a un campamento cercano al laberinto. Su siguiente hazaña lo llevó a las colinas cercanas al cielo en China, donde, entre nubes caprichosas, recogió las aguas de lágrimas en cantidades preciadas.

De regreso, con las aguas de lágrimas en su poder, Epilef repasó su plan, una estrategia que brillaba con la certeza del éxito. Con sumo cuidado, vertió las lágrimas en las gallinas inquietas, evitando a toda costa que el miedo las hiciera detonar prematuramente.

Armado con su escopeta de mechas y revólveres de velas, Epilef se adentró en el laberinto. Las gallinas-bomba, impulsadas por un instinto desconocido, se dispersaron por los corredores, llenando cada rincón con su presencia volátil.

El Desafío del Dragón de Sombras

El profesor Epilef T23, con un coraje que desafiaba a la misma oscuridad, llamó al dragón de sombras, instándolo a revelarse. El dragón, una masa creciente de oscuridad, emergió para enfrentar al intruso, deslizándose por las paredes con una gracia mortífera.

Las gallinas, ignoradas por la bestia, se convirtieron en espectadoras involuntarias de la confrontación. “Aquí estoy, dragón sombra, listo para acabar contigo”, proclamó Epilef, mientras la cámara se iluminaba con las velas disparadas, cada una un faro de esperanza en la penumbra.

La batalla se intensificó, y el profesor maniobraba sus armas con destreza, evitando que su propia sombra fuera tocada por la criatura. El estruendo de la lucha resonaba por todo el laberinto, y las gallinas, agitadas por el ruido, se volvían cada vez más inquietas.

El Final de una Leyenda

La princesa C8H11N, sintiendo las vibraciones del combate, dejó de bordar y se aferró a la esperanza. Las balas-velas escaseaban, y en un momento de quietud, Epilef decidió que era hora de activar las gallinas-bomba. Su provocación desató la furia del dragón sombra, cuyo rugido resonó más allá del laberinto, sacudiendo el bosque.

El terror de las explosiones inició una reacción en cadena, liberando las aguas de lágrimas que extinguieron las antorchas y debilitaron al dragón. Con un disparo certero, Epilef selló el destino de la bestia, y el laberinto se desmoronó, elevándose hacia el cielo para desvanecerse como nubes.

En el lugar del laberinto, solo quedó un campo verde y un espejo transformado en puerta. La princesa C8H11N emergió, deslumbrada por la luz del sol, mientras la puerta caía, fragmentándose en rosas.

El profesor, exhausto, fue abrazado por la princesa en agradecimiento. Pero la batalla había cobrado su precio, y en un silencio que inundó el bosque, Epilef T23 cerró los ojos por última vez.

Cien años después, la estatua del profesor aún señala el lugar donde una vez estuvo el laberinto. A sus pies, las gallinas que lo acompañaron en su batalla. En la universidad, una carta manuscrita del profesor y una manta bordada con inigualable detalle son testimonios de una aventura que terminó en sacrificio y leyenda.

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