12 diciembre 2008

En el puente de las ilusiones

Era una tarde que prometía ser inolvidable. El puente, testigo de tantos encuentros y despedidas, se preparaba para ser el escenario de una historia de amor. Él estaba allí, con un ramo de flores tembloroso entre sus manos, esperando a la mujer que, según las estrellas, sería su destino.

Los minutos pasaban con la lentitud de las hojas cayendo en otoño, y cada segundo era un pétalo más que se desprendía de su corazón expectante. A lo lejos, una figura comenzó a tomar forma entre la bruma de la ciudad; era ella, acercándose con la timidez de quien también siente que el universo conspira a su favor.

El encuentro fue un abrazo que intentó detener el tiempo, un abrazo en el que se fundieron promesas y sueños. Pero el destino, caprichoso y burlón, decidió que su amor sería tan efímero como intenso. Media hora después, el adiós llegó, dejando un vacío que solo el verdadero amor podría llenar.

Con el corazón aun latiendo al ritmo de lo que pudo ser, él vio cómo su vida se convertía en un carrusel de amores fugaces. Cada nueva despedida era un espejo que reflejaba su propia soledad, cada nuevo rostro, un recordatorio de lo que buscaba y aún no encontraba.

Las manecillas del reloj habían jugado una mala pasada, y el puente, antes escenario de encuentros, se convirtió en un laberinto de desencuentros. Al anochecer, él estaba listo para rendirse, para dejar que el puente se tragase sus esperanzas y sueños. Pero el destino, en su último acto de magia, tenía preparada una sorpresa.

Ella llegó, deteniendo su partida con un gesto tan sutil como el roce de una mariposa. Al girar, sus ojos se encontraron, y en ese instante, el tiempo se detuvo, se desvaneció, dejando solo a dos almas en un universo suspendido.

La confusión dio paso a la revelación, y las palabras se convirtieron en lágrimas. El error del reloj, un simple olvido humano, había tejido una trama de malentendidos. Pero allí estaban, frente a frente, con la verdad desnuda entre ellos.

Él, abrumado por la culpa, intentó huir, pero ella, con la fuerza de un amor puro, lo detuvo. Un abrazo fue suficiente para borrar el pasado, para sanar las heridas. Y en ese abrazo, encontraron la promesa de un siempre, un siempre que no necesita relojes ni horarios, un siempre que solo necesita dos corazones latiendo al unísono.

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