11 marzo 2024

La chica de las estrellas

Vi-23 era una estrella muy especial. Había nacido hace millones de años, en una explosión de luz y calor, y desde entonces brillaba en el cielo con orgullo y alegría. Le encantaba ver los planetas que giraban a su alrededor, y las otras estrellas que le hacían compañía. Vi-23 se sentía feliz y plena, y no le temía a nada.

Pero un día, algo cambió. Vi-23 empezó a sentirse débil y cansada. Su brillo se fue apagando poco a poco, y su calor se fue enfriando. Vi-23 se dio cuenta de que estaba llegando al final, y que pronto se convertiría en una estrella fugaz, o en una enana blanca, o en un agujero negro. Vi-23 no quería apagarse. Quería seguir viviendo y brillando, y ver el universo que tanto amaba.

Entonces, Vi-23 tuvo una idea. Recordó que había oído hablar de un planeta muy especial, llamado Tierra, donde vivían unos seres muy curiosos, llamados humanos. Los humanos eran capaces de crear arte, música, literatura, y otras maravillas, con solo su imaginación y su voluntad. Los humanos eran capaces de amar, de soñar, de reír, y de llorar.

Vi-23 decidió que quería ser como ellos. Quería experimentar lo que era ser humano, y dejar una huella en el mundo. Quería vivir, aunque fuera por un breve instante. Así que, con su último aliento, Vi-23 se lanzó hacia la Tierra, atravesando la atmósfera como una estrella fugaz, y cayendo en un lugar desconocido. Allí, Vi-23 se encontró con una sorpresa. En vez de desaparecer, se transformó en una persona. Una persona con forma de mujer, con cabello castaño y ojos encantados, con piel suave y labios rojos. Una persona con un nombre: Vidya.

Vidya se sintió confundida y asustada. Pero también se sintió fascinada y emocionada. Podía ver los colores, los sonidos, los olores, y los sabores. Podía sentir el frío, el calor, el dolor, y el placer. Podía pensar, recordar, imaginar, y crear. Empezó a explorar el mundo.

Aprendió a vivir, como una humana más. Pero la muchacha de las estrellas recordó que tenía un sueño, y que quería cumplirlo. Recordó que tenía un don, y que quería compartirlo. Su don era el de la luz, y hacer que todo lo que tocaba resplandeciera. Vidya iluminó corazones, mentes, almas, y sueños.

Pero no todo fue fácil para la chica de los ojos encantados. También tuvo que enfrentar obstáculos y enemigos. Hubo quienes la envidiaron, la odiaron, la engañaron, y la lastimaron. Hubo quienes quisieron apagar su luz, y robar su don. Hubo quienes la persiguieron y la atacaron. Vidya tuvo que luchar, y defenderse. Tuvo que ser valiente, y resistir. Tuvo que ser sabia, y elegir. Tuvo que ser fuerte, y no rendirse. Pero ella no estuvo sola. Hubo quienes la acompañaron, la apoyaron, y la amaron.

Pero un día, después de muchos años, algo cambió. La chica que bajo del cielo empezó a sentirse débil y cansada. Su brillo se fue apagando poco a poco, y su calor se fue enfriando. Vidya se dio cuenta de que estaba llegando al final, y que pronto se convertiría en polvo, o en ceniza, o en nada. Ella no tuvo miedo. Había vivido lo suficiente, y había cumplido su sueño. Había dejado una huella en el mundo.

Cerraba los ojos y soñaba con ser una estrella. Quería ir al cielo, y ver el universo que tanto amaba. Quería ver las estrellas, y contarles su historia. Quería brillar, aunque fuera por un breve instante. Así que, con su último aliento, Vidya se lanzó hacia el cielo, atravesando la atmósfera como una estrella fugaz, y ascendiendo a un lugar desconocido.

Allí, Vidya se encontró con una sorpresa. En vez de apagarse, se transformó en una estrella. Había vuelto a su hogar, y había visto el mundo. Había sido una estrella, y una humana. Vidya brilló en el cielo. Iluminó a los planetas, a otras estrellas, y a los humanos, siempre fue feliz.

Fue feliz como humana, y como estrella.

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