01 febrero 2024

La chica del café

Ella lo veía todos los días, sentado en la misma mesa, leyendo el periódico con atención. Le gustaba su forma de vestir, elegante pero informal, su cabello negro y sus ojos. Le gustaba su voz cuando le pedía un café con leche y un pedazo de pastel de moka. Le gustaba su sonrisa, discreta, amable y cuando le agradecía cuando le servían el café. Le gustaba imaginar su vida, sus sueños, sus secretos.

Ella no se atrevía a hablarle más de lo necesario, temiendo romper el encanto. Se conformaba con observarlo desde la barra, mientras atendía a otros clientes, mientras limpiaba las tazas, mientras fingía estar ocupada. Se preguntaba si él la notaría, si le parecería bonita, si le diría algo más que un buenos días.

Un día, él no vino. Ella se sintió extraña, vacía, decepcionada. Pensó que quizás estaría enfermo, o de viaje, o simplemente ocupado. Esperó que al día siguiente regresara, con su periódico, su café, su sonrisa. Pero no regresó. Ni al otro día, ni al otro, ni al otro.

Ella empezó a sentirse triste, angustiada, desesperada. Pensó que quizás se había mudado, o se había muerto. Buscó su nombre en el periódico, en las páginas amarillas, entre los conocidos que concurrían el lugar. No encontró nada. Se preguntó si él existiría, si no sería una ilusión, un sueño.

Un día, ella decidió ir a buscarlo. Salió de la cafetería, con su delantal, su gorra, su bolso. Caminó por las calles, sin rumbo, sin prisa, sin miedo. Miró a las caras, a los ojos, a las bocas. No lo vio. Entró en las tiendas, en los bares, en los cines. No lo vio. Subió al metro, al autobús, al tren. No lo vio.

Ella se sintió cansada, perdida, sola. Pensó que quizás él no la querría, que no la recordaría, que no la buscaría. Se sentó en un banco, en un parque, en una tarde. Lloró.

Entonces, él apareció. La vio, la reconoció, la llamó. Le dijo que la había extrañado. Ella no lo entendió, no lo creyó, no lo aceptó. Le preguntó quién era, qué quería, qué hacía. Le preguntó por qué se había ido, por qué había vuelto.

Él le dijo que era un escritor, que estaba escribiendo una novela, que ella era su personaje. Le dijo que se había ido para terminar el libro, que había vuelto para publicarlo, que la había elegido para vivirlo.

Ella se quedó muda, quieta, helada. No supo qué decir, qué hacer, qué sentir. Lo miró, lo tocó, lo olió. Era real, era él, era suyo.

Él le sonrió, le tomó la mano, le mostró el libro. Era su historia, era su cuento, era su amor.

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