24 enero 2015

Lucy

En un rincón del cosmos, donde los sueños se entrelazan con la realidad y las estrellas parpadean al ritmo de los deseos, vivía Lucy, una niña con la mirada fija en el infinito. Su habitación, un santuario de juguetes y libros, era también la cápsula de un sueño recurrente: tocar las estrellas.

Cada noche, Lucy se aventuraba en su cama, convertida en nave espacial, saltando entre cojines y sábanas, intentando desafiar la gravedad y alcanzar esos puntos luminosos que titilaban en la oscuridad. Su madre, siempre preocupada, le advertía del peligro, pero Lucy solo veía el cielo como un lienzo por pintar con sus dedos.

Un día, mientras el sol aún bostezaba en el horizonte, Lucy encendió la televisión. Un programa especial sobre el espacio prometía revelar los secretos del universo. Con ojos curiosos y mente inquieta, absorbió cada palabra, cada imagen de naves y astronautas, cada mención de distancias y luces. Pero la realidad era un muro frío y distante; el espacio, un sueño esquivo.

La tristeza se reflejaba en el rostro de Lucy al terminar el programa. Su madre, al verla tan cabizbaja, intentó consolarla, pero Lucy guardaba silencio, abrazando su sueño con la fuerza de la inocencia. Esa noche, mientras las estrellas parpadeaban en el firmamento, Lucy saltaba en su cama, acercándose a ellas solo en su imaginación.

Su padre, testigo de su pasión por las estrellas, decidió regalarle una herramienta para explorar el cosmos desde su habitación. Una computadora, que sería su telescopio hacia lo desconocido, su nave para navegar por el océano estelar.

Lucy, con la curiosidad que caracteriza a los soñadores, se sumergió en el mundo digital, buscando respuestas, buscando un camino hacia las estrellas. Noches enteras pasó frente a la pantalla, explorando sitios de astronomía, devorando libros y documentales, pero las estrellas seguían lejos, inalcanzables.

Hasta que una noche, algo extraordinario sucedió. Mientras Lucy dormía, su cama comenzó a elevarse, suavemente al principio, luego con la certeza de un propósito. La ventana se abrió como por arte de magia, y la cama, con Lucy aún abrazada a sus sueños, se deslizó hacia el cielo nocturno.

La habitación de Lucy, ahora vacía, solo iluminada por la luz de las estrellas que se colaba por la ventana abierta, guardaba el eco de su risa y la promesa de una aventura. Mientras tanto, en el vasto teatro del universo, Lucy se encontraba en pleno vuelo, su cama como nave, surcando el cielo estrellado.

El miedo inicial dio paso a la maravilla. La Tierra se había convertido en una esfera azul y verde a lo lejos, y la Luna saludaba con su pálida sonrisa. Lucy, con los ojos abiertos como dos lunas llenas, extendió su mano y rozó la superficie lunar, sintiendo su textura bajo sus dedos.

Más allá de la Luna, las estrellas la llamaban. La cama, obedeciendo un deseo más antiguo que el tiempo, se acercó a una estrella que titilaba con timidez. Lucy, con una voz apenas audible, le susurró a la estrella, declarándola la más hermosa del firmamento. Y en ese instante, la estrella comenzó a brillar con una luz nunca antes vista, como si las palabras de una niña tuvieran el poder de encender el universo.

El viaje de regreso fue un descenso tranquilo a través de las nubes que se abrían como cortinas. La cama voladora, guiada por algún misterioso radar, encontró su camino de vuelta a la habitación de Lucy, que esperaba en silencio su retorno.

La noche se despidió con un guiño estelar, y Lucy, con los ojos aún llenos de universo, se acostó sabiendo que algo en ella había cambiado. La ventana abierta era un portal a sus sueños cumplidos, y la estrella que había tocado brillaba como un faro, confirmando su hazaña.

La mañana siguiente, la cocina se llenó de historias de camas voladoras y estrellas tocadas. Los padres de Lucy, entre sonrisas incrédulas, escuchaban la odisea de su hija, deseando creer en la magia de su relato.

El periódico matutino cayó en manos del padre, y lo que sus ojos leyeron lo dejaron petrificado. La madre, curiosa, se asomó sobre su hombro, y juntos descubrieron una noticia que desafiaba la razón: "Investigadores de la NASA observan una cama voladora en el espacio".

Lucy, ajena a los titulares del mundo, solo sabía que su corazón había navegado por el cosmos, y que las estrellas, esas musas de poetas y soñadores, ya no eran un sueño lejano, sino amigos que habían guiñado en la inmensidad de la noche.

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