21 enero 2015

La biblioteca de Marlenne

En un reino suspendido en el tiempo y el espacio, Marlenne despertaba cada mañana con el suave balanceo de su castillo, que descansaba sobre la espalda de una tortuga gigante. Esta no era una tortuga común, sino una criatura mágica que surcaba los mares del mundo y los mares del cielo, llevando a Marlenne a lugares donde los mapas se rendían al misterio.

La joven princesa había visto amaneceres que competían en belleza con los atardeceres, y estrellas que contaban historias de constelaciones olvidadas. Pero esa noche, algo diferente llamó su atención: una danza de colores que se tejía en el cielo nocturno, un espectáculo que nunca había presenciado.

Marlenne se asomó por la ventana de su habitación, sus ojos reflejando la paleta de luces que bailaba ante ella. Era como si el cielo hubiera decidido pintar su propia aurora, pero no una aurora cualquiera, sino una que parecía contar una historia, una melodía visual que hablaba de tiempos y lugares distantes.

Intrigada, Marlenne descendió las escaleras de caracol de su castillo, sus pasos resonando en los muros antiguos, hasta llegar a la puerta principal. Abrió con cautela, esperando que el fenómeno celestial aún estuviera allí para revelarle sus secretos. Pero al salir, solo encontró la oscuridad de la noche y el murmullo del viento marino.

Con una mezcla de decepción y curiosidad, Marlenne decidió que debía descubrir el significado de aquella manta de colores. Sabía que, en algún lugar, entre los millones de libros de su biblioteca, encontraría la respuesta.

La biblioteca de Marlenne era un universo en sí mismo, un laberinto de conocimiento donde cada libro era una estrella, cada página un mundo por descubrir. Con la determinación de quien sabe que la respuesta está al alcance, Marlenne se adentró en la búsqueda de aquel libro que contenía la clave de la manta multicolor que había adornado el cielo.

Ordenó a los libros que se alinearan en perfecta armonía alfabética, y como por arte de magia, los volúmenes obedecieron su mandato, deslizándose y reacomodándose con una precisión que solo la magia de su reino permitía.

Pero Marlenne sabía que incluso en un orden tan meticuloso, encontrar la aguja en el pajar sería una tarea hercúlea. Así que, con un suspiro que parecía llevar el peso de su curiosidad, dividió los libros en dos: aquellos con ilustraciones y aquellos sin ellas. Los libros, como si fueran parte de una coreografía ensayada, se separaron en dos mares de conocimiento.

Entre los libros ilustrados, Marlenne buscó aquellos que contaban historias, cuentos que habían sido sus compañeros en noches de insomnio y tardes de lluvia. Y allí, entre cuentos de hadas y leyendas de guerreros, encontró el libro que buscaba.

Al abrirlo, una sonrisa iluminó su rostro, y una exclamación de asombro escapó de sus labios. Las páginas revelaban la existencia de las auroras, esos fenómenos celestiales que eran, según las leyendas, las historias que los ángeles cantaban y que se hacían realidad en el universo.

Con el corazón latiendo con la emoción de un descubrimiento, Marlenne decidió que debía escuchar esos cantos celestiales, debía grabar las canciones de las auroras para que su historia también fuera cantada entre las estrellas.

Con el libro en sus manos, Marlenne sabía que estaba a un paso de escuchar las melodías celestiales. Pero necesitaba un artefacto capaz de capturar esos sonidos etéreos. Fue entonces cuando recordó a Virgilio, el inventor de artefactos, cuya torre de invenciones se alzaba en la Central Universidad.

Marlenne escribió una carta a Virgilio, anticipando su visita y el propósito de su misión. Al llegar, Virgilio la recibió con una mezcla de curiosidad y entusiasmo, y juntos subieron a la carrosa-araña que los llevaría a su torre de maravillas.

Virgilio escuchó atentamente el deseo de Marlenne de grabar los cantos de las auroras. Entre sus inventos, le mostró un fonógrafo, una máquina capaz de grabar y reproducir cualquier sonido del universo. Marlenne, maravillada, supo que era justo lo que necesitaba.

Esa noche, con el fonógrafo en mano, Marlenne se preparó para capturar la aurora. Pero cuando la manta de colores apareció, solo el silencio la acompañó. La decepción la embargó, y las lágrimas comenzaron a caer.

Fue entonces cuando, por accidente, giró la manivela del fonógrafo al revés. Y de repente, la música más hermosa llenó el aire. Eran los cantos de los ángeles, y entre ellos, la historia de Marlenne. La tristeza se transformó en alegría, y la princesa supo que su vida nunca volvería a ser la misma.

Y así, Marlenne vivió para siempre feliz, con la certeza de que su historia era parte de la sinfonía del universo, una melodía que resonaría por siempre en las estrellas.

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