03 enero 2012

La princesa no comprendida

Había una vez, en un reino, una princesa cuya belleza no era comprendida. No era desamor lo que la rodeaba, sino una ceguera ante su singular encanto. Lloraba día y noche, recluida en su alcoba, visitada solo ocasionalmente por sus padres, quienes veían más allá de las superficies y amaban a su hija con fervor. La princesa, sin embargo, se sentía tan avergonzada de su apariencia que creía no merecer la mirada de nadie.

Una noche, una bruja malévola se materializó ante ella y le ofreció un trato: belleza a cambio de sumir al reino en la miseria. "El pueblo te ha rechazado; ellos se lo merecen", susurraba la bruja, instigando su venganza. "Tienes un día para decidir", dijo antes de desvanecerse en la oscuridad.

La princesa, agitada por sueños de galas y espejos que reflejaban una belleza ajena, despertó decidida a aceptar la oferta. Pero al amanecer, una mujer luminosa apareció junto a su lecho, hablándole de elecciones justas, del bienestar común frente a la felicidad personal. "Tu esencia es hermosa", le aseguró la dama de luz, "y la belleza exterior no tiene valor si por dentro estás vacía. Aunque creas que nadie te quiere, hay quienes te aprecian tal como eres". Antes de partir, la dama le reveló en el espejo el rostro de su amor verdadero, prometiendo que esa era una historia para otro momento.

Cuando la noche cayó, la bruja regresó, ansiosa por la respuesta. Con lágrimas en los ojos, la princesa rechazó el pacto, eligiendo su autenticidad sobre la falsa promesa de aceptación. La bruja, incrédula y furiosa, insistió en vano antes de desaparecer en la bruma de su derrota.

Al alba siguiente, la princesa despertó con una ternura renovada, orgullosa de su elección. Su tristeza se transformó en júbilo, y con paso firme, salió de su habitación. Sus padres, sorprendidos, la recibieron con abrazos, y su alegría se extendió por los pasillos del castillo. En el jardín, saludó a todos con una gracia que inspiraba sonrisas genuinas.

Desde la distancia, la bruja observaba, pero una luz repentina la envolvió: era la dama resplandeciente, quien desde una nube la contemplaba con una sonrisa de satisfacción.

Este cuento no concluye aquí; aún queda mucho por narrar. Pero mientras tanto, reflexiona y elige con sabiduría, como lo hizo nuestra princesa.

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