01 noviembre 2011

La Princesa de los Parpadeos

En el monte Cimae, conocido solo por aquellos que sueñan con universos paralelos, vivía una princesa que creía tener el mundo entre sus manos. Mas no era así, pues se encontraba confinada en una jaula de cristal y espejismos, prisionera de su propia capacidad de transformar la realidad con un mero parpadeo. Un don tan formidable que, en un arrebato de locura, podría sumir al mundo en una fantasía incontrolable. Nadie le creía, pero ella tenía el poder de alterar el tejido de lo real con la simple caída de sus párpados.

Era hija de un viajero de sueños, aquel que camina entre los pensamientos de vagabundos perdidos en el tiempo. Llevaba eones esperando a un príncipe que nunca llegaba, contando estrellas cada noche, buscando en ellas el presagio de su liberación.

Al alba, las aves guardianas vigilaban que no usara su cabello como liana para saltar al vacío y escapar de su solitaria torre. Cantaba sin cesar, anhelando que algún errante escuchara las historias del planeta Tierra, su creación nocturna.

Sus ojos veían lo que otros no podían: multitudes desgarrando el planeta que había imaginado. Pero ella había otorgado libre albedrío a sus criaturas, y solo podía observar, impotente, cómo su obra se desmoronaba. Entonces, decidió materializar su sueño, tomarlo entre sus manos y lanzarlo hacia el firmamento, solo para verlo descender al abismo de un oscuro vacío.

Cesó su llanto y se entregó a la escritura, hasta que comprendió que podía dotar a su prisión de alas y volar hacia donde las nubes rozan las cumbres. Las aves la buscaron sin éxito, intentando en vano devolverla a su encierro.

Mas el canto del cielo y la tierra las disuadió, y jamás regresaron. Mientras tanto, ella, suspendida sobre el mundo, teje cuentos para evitar el fin de los días.

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