03 marzo 2010

El sultán

Desde la estancia principal, un sultán de corazón noble y mirada humilde se desplazaba hacia el patio, su ritual diario, para deleitarse con el canto de su preciado canario. La música que el ave tejía era su más hermoso tesoro, y su corazón vibraba al compás de aquellas melodías encantadoras. Pero aquel día, el sultán notó el deterioro de la jaula que albergaba a su canario, una estructura dividida en cuartetos simétricos, donde la seguridad de su compartimento dejaba mucho que desear. Con sumo cuidado, tomó al canario entre sus manos y lo trasladó a un rincón más seguro de la jaula, aunque observó con inquietud los orificios que salpicaban el lugar, portales a la libertad que el canario podría anhelar.

Al abrir la puerta y situar al canario en su nuevo aposento, el sultán sintió una efímera felicidad. No pasó mucho tiempo antes de que el canario encontrara un resquicio por el cual escapar y volar lejos, dejando al sultán impotente y sumido en lágrimas. Sin embargo, la sorpresa inundó su ser cuando el sonido familiar del canto del canario acarició sus oídos; el ave había regresado, posándose sobre el hombro del sultán. El canario había vuelto, y los ojos del hombre reflejaban la más pura felicidad, iluminando cada rincón de su morada.

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