22 junio 2023

Lucy y sus paseos a la montaña

Había una vez una niña llamada Lucy que vivía en una cabaña al pie de una gran montaña. Lucy era muy curiosa y le gustaba explorar la naturaleza. Un día, decidió subir a la cima de la montaña para ver si podía encontrar a Dios.

Lucy se levantó muy temprano y se preparó un bocadillo y una botella de agua. Luego, se puso su mochila y sus zapatos de montaña y salió de la cabaña. Caminó por el sendero que subía por la ladera, admirando las flores, los pájaros y las mariposas que veía a su paso. Después de varias horas de caminata, llegó a la cima de la montaña.

Allí, se quedó maravillada con la vista que tenía ante sus ojos. Podía ver el pueblo, el valle, el río y el horizonte. También podía ver el sol que empezaba a salir por el este, pintando el cielo de colores. Lucy pensó que ese era el lugar más hermoso que había visto en su vida.

Entonces, se sentó en una roca y miró al cielo. Se preguntó si Dios estaría allí arriba, observándola. Quiso hablarle y decirle lo mucho que le gustaba su creación. Así que cerró los ojos y le dijo:

Hola, Dios. Soy Lucy. He venido a verte. ¿Estás ahí?
Lucy esperó una respuesta, pero no escuchó nada. Solo el viento que soplaba suavemente y el canto de los pájaros. Lucy se sintió un poco triste y decepcionada. Pensó que quizás Dios estaba muy ocupado o que no le prestaba atención.

Bueno, no importa -se dijo-. Tal vez otro día me escuches. De todas formas, quiero decirte que me encanta este lugar. Es tan bonito y tranquilo. Me hace sentir feliz. Lucy abrió los ojos y sonrió. Luego, sacó su bocadillo y su agua y se puso a comer. Disfrutó de su desayuno mientras miraba el paisaje. Después, se levantó y decidió bajar de la montaña.

Adiós, Dios -le dijo-. Gracias por este día tan lindo. Volveré mañana.

Lucy bajó por el mismo sendero que había subido, saludando a las plantas y a los animales que encontraba en su camino. Cuando llegó a la cabaña, era casi mediodía. Entró y le contó a su madre lo que había hecho.

¿Y qué tal te fue? -le preguntó su madre.

Muy bien -respondió Lucy-. La montaña es preciosa. Y creo que vi a Dios.

¿De verdad? -se sorprendió su madre-. ¿Y cómo era?

No lo sé -dijo Lucy-. No me habló. Pero sentí que estaba ahí.

Bueno, hija -dijo su madre-. Me alegro de que hayas tenido una buena experiencia. Pero recuerda que Dios no solo está en la montaña. También está en tu corazón.

Lo sé, mamá -dijo Lucy-. Pero me gusta ir a la montaña para verlo mejor.

Está bien -dijo su madre-. Pero ten cuidado cuando subas. Y no te olvides de hacer tus deberes.

Está bien, mamá -dijo Lucy-. Te quiero.

Yo también te quiero -dijo su madre.

Así fue como Lucy empezó a subir y bajar la montaña todos los días por la mañana para ver a Dios. Cada vez que llegaba a la cima, le hablaba de lo que le pasaba en su vida, de sus sueños, de sus miedos, de sus alegrías y de sus tristezas. También le hablaba de lo bonito que eran los atardeceres, cuando el sol se ponía por el oeste y teñía el cielo de rojo y naranja.

Lucy nunca recibió una respuesta audible de Dios, pero siempre sintió su presencia y su amor. Y eso le bastaba para ser feliz.

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