23 febrero 2016

Día tras día

Desde hace ya tres años, vengo muriendo día tras día, sin razón aparente, en más de mil noventa y cinco formas distintas. Algunas muertes han sido atrozmente dolorosas, otras ridículamente absurdas, pero invariablemente, cada nueva mañana me halla resucitado en mi lecho. A pesar de este ciclo de muerte y renacimiento, el tiempo no se detiene para mí, y envejezco como cualquier mortal.

Mi primer deceso ocurrió intentando cruzar la calle: un vehículo me arrolló mientras distraídamente consultaba mi celular. Ese día, mis padres recibieron la noticia; incrédulos, me contaron que no podían asimilarlo, pues apenas unas horas antes me habían visto partir de casa y, por la tarde, ya no estaba entre los vivos. Al día siguiente, mi madre me encontró deambulando por la casa; casi sufre un infarto, y mi padre, por poco, me mata él mismo, creyendo que les gastaba una broma macabra. Confundido, no comprendía lo sucedido, pero en el camino al hospital, la muerte me sobrevino de nuevo: caí por las escaleras, quebrándome el cuello. Así continuaron los días, falleciendo a diario, y mis padres comenzaron a verlo con una normalidad desconcertante, restándole toda solemnidad a la muerte.

Cada vez que recibían una llamada anunciando mi fallecimiento, reaccionaban con serenidad, preguntando únicamente si era necesario identificar el cuerpo o recogerlo. Independientemente de la respuesta, ya no se tomaban la molestia de asistir. Ignoro si esto es bueno o malo. Solo mi familia parecía consciente de mi situación, recordando cada incidente, mientras que el resto del mundo olvidaba, como si nada hubiera pasado. En una ocasión, caí de un edificio de veinte pisos; la gente lloraba y lamentaba mi partida, pero al siguiente día, no quedaba memoria alguna de aquel suceso.

Electrocutado, decapitado, ahorcado, atropellado, envenenado… en ocasiones, la muerte llegaba con un dolor insoportable, y en otras, simplemente despertaba tendido en mi cama. Tras ser decapitado, confirmé que, efectivamente, la conciencia persiste brevemente tras el desprendimiento de la cabeza, consciente de la atrocidad del accidente. Una vez, perecí en un incendio intentando salvar vidas en un edificio; no, la verdad es que morí quemado en un bosque mientras… Bueno, simplemente morí.

Muero porque es mi destino, sin saber en qué momento del día ocurrirá. Por ello, vivo cada segundo como si fuera el último, pues es una tortura perder horas en el vacío hasta el amanecer siguiente. Imagina morir al salir de casa por la mañana; desaparecería por casi un día entero. Pero eso no me impide seguir adelante con una vida que, a pesar de todo, se asemeja a la normalidad.

No hay comentarios: