08 enero 2016

Flores

—Mira, te he traído flores— dijo él, extendiendo un ramillete desordenado pero vivo.
—¿Flores? Pero si los hombres no suelen ser destinatarios de tales cosas...
—¿Y por qué no?— cuestionó él con una sonrisa cómplice.
—No lo sé, es extraño. Nadie me había obsequiado flores antes, y jamás imaginé que tal gesto llegaría a mí.
—¿Qué se siente?— preguntó él, con un brillo de curiosidad en los ojos.
—Recibir flores... —se rió— me siento como atravesado por una broma del destino, y tu regalo es tan insólito como encantador.
—Debes conceder que es original— insistió él, con una sonrisa que no cabía en el rostro.
—Lo es, sin duda. Ahora que las sostengo, no sé qué hacer con ellas; nunca esperé algo así, siempre fui yo quien te obsequiaba con flores.
—(Risas) Lo sabemos— dijo ella—, pero ahora soy yo quien te regala flores, para que experimentes la sensación, para que entiendas el peso de llevarlas durante toda la cita y el desafío de mantenerlas vivas al llegar a casa.
—¿Hablas en serio? ¡Vaya! Nunca lo hubiera imaginado. Tendré que tenerlo en cuenta la próxima vez.
—No, no cambies; sigue siendo tú— replicó ella con dulzura.
—¿Y qué será de las flores?
—Eso, querido, tendrás que descubrirlo por ti mismo.
—Entonces, parece que debo cargar con ellas— concluyó él, con una risa resignada.
—Son tuyas, después de todo, es tu responsabilidad— afirmó ella, con un destello de picardía.
—Eres terrible, pero te adoro.
—Y yo a ti, más de lo que las flores podrían decir.

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