14 diciembre 2015

Encendió otra vela

La muchacha se asomaba por la ventana, observando a través del cristal el mundo exterior. Al tocar el vidrio, sentía el frío que se filtraba, un contraste palpable con el calor de su habitación apenas iluminada por la vela. Jugaba con las sombras, esa pobre mujer, hermosa y temerosa, temerosa de aventurarse más allá de su refugio.

Apenas visible en un espejo medio oculto por sábanas, se decía a sí misma que contemplar su figura reflejada por demasiado tiempo podría llevarla a la locura.

Desnuda, miraba de reojo el espejo, queriendo verse por completo, pero solo permitiéndose vislumbrar fragmentos de su ser, como si armara un rompecabezas en su mente. Aunque no era suficiente, le ofrecía cierto consuelo. Se preguntaba cómo sería realmente.

Cuando la vela se consumió, la oscuridad se apoderó de la habitación. La muchacha entreabrió ligeramente la cortina para dejar pasar un hilo de luz. Sentada junto a la ventana, en la penumbra de su cuarto, extendió su brazo, intentando capturar un poco de esa luz que, como agua, se le escapaba de la mano para volver al punto donde caía.

Observaba a las aves construir sus nidos, a las nubes deslizarse por el cielo, y presenciaba las fases de la luna con el paso de los días. Cuando llovía, las gotas tamborileaban en su ventana, arrullando sus sueños, pero los rayos la mantenían despierta. Durante sus baños, no quería oír nada más que el agua acariciando su piel, como si fuera el tacto de un amor invisible.

Encendió otra vela, otro día enclaustrada, otro día sumida en su peculiar felicidad.

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