13 noviembre 2015

Olvidos y recuerdos

Era extraño, soñarte. No por la falta de costumbre, sino por la claridad con la que emergías en el sueño, como si hubieras estado esperando detrás de la cortina de la realidad para saltar al escenario apenas cerrara los ojos. Tu voz, esa melodía particular que se había desvanecido con los días, resonaba con una nitidez que la vigilia me negaba; un silbido suave, casi una caricia auditiva que se perdía al despertar. 

En la ilusión, nuestras manos se encontraban en un saludo que era más un reencuentro, un lazo que se tejía fuerte y seguro, a pesar de que, al abrir los ojos, la forma de tu ser se me escapaba como agua entre los dedos. Te vi, lo juro, eras tú, intacta en la memoria del sueño, desdibujada en la del día. 

Y así, en ese juego de olvidos y recuerdos, cada vez que te dejaba ir, te encontraba cerrando los ojos, en el país sin tiempo de los sueños donde, al parecer, te habías mudado sin previo aviso.

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