22 noviembre 2015

Juntos

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En un lugar que no era lugar, en un tiempo que no era tiempo, dos almas se encontraban en un cruce de caminos. Ella, con ojos que destilaban un mar de historias pasadas, y él, con un corazón aun aprendiendo a latir al ritmo de la soledad. Habían sido amantes, sí, pero ahora eran solo dos viajeros en un mundo que parecía haberlos olvidado.

El aire estaba cargado de un silencio incómodo, de esos que se cuelan entre las palabras no dichas y las miradas que se desvían. Él, con la cabeza gacha, escuchaba los reproches de ella, que resonaban como ecos de un amor que una vez fue. Ella, con alguien nuevo en su vida, y él, aun buscando respuestas en las estrellas fugaces.

“¿Por qué estamos aquí?”, se preguntaba él, mientras el paisaje alrededor parecía burlarse de su confusión. No había respuestas, solo el camino que se extendía ante ellos, invitándolos a elegir una dirección.

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El camino los llamaba, una senda que se bifurcaba en mil direcciones, cada una prometiendo un destino incierto. Ella, con su orgullo como escudo, y él, con la esperanza como brújula, decidieron tomar rumbos paralelos, caminando juntos, pero no mezclados, como dos notas en una melodía que se resiste a armonizar.

Las horas se deslizaban como sombras fugaces, y con cada paso, el mundo a su alrededor comenzaba a tomar forma. Árboles que parecían susurrar secretos antiguos, y un cielo que no era cielo, sino una cúpula de luz difusa que no conocía de soles ni lunas.

“¿Qué buscamos aquí?”, murmuró ella, más para sí misma que para él. Pero el viento se llevó las palabras, dejando solo el eco de una pregunta que tal vez no quería respuesta.

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El camino se estrechaba, como si el mundo mismo se plegara sobre ellos, obligándolos a reconocer su mutua existencia. Ella, con la mirada perdida en un horizonte que parecía retroceder con cada paso, y él, con la determinación de quien sabe que cada elección es un dibujo en la arena del destino.

“¿Y si hablamos?”, propuso él, con la voz temblorosa de quien se arriesga a cruzar un puente invisible. Ella asintió, y en ese gesto sencillo, pero cargado de siglos, se abrió una puerta hacia algo nuevo.

Hablaron, primero con cautela, luego con la urgencia de quien descubre un manantial en medio del desierto. Hablaron de todo y de nada, de sueños y de miedos, de lo que fue y de lo que podría ser. Y mientras hablaban, el paisaje a su alrededor comenzó a cambiar.

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El bosque se abrió ante ellos, revelando un claro iluminado por una luz que no venía de ninguna parte y de todas a la vez. Era un lugar de encuentro, un espacio donde el tiempo parecía detenerse y las palabras sobraban. Allí, en ese claro, se miraron realmente por primera vez desde que su viaje había comenzado.

“¿Recuerdas?”, preguntó ella, con una sonrisa que era un pincelazo de nostalgia en el lienzo del presente. “Recuerdo”, respondió él, y en su voz había un matiz de comprensión que solo el tiempo y la distancia pueden dar.

Rieron, y su risa era como música, una melodía que se elevaba y llenaba el claro, disipando las sombras de dudas y temores. Y mientras reían, algo mágico sucedió. El claro se transformó, los árboles danzaron, y el cielo se pintó de colores que no tenían nombre.

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Finalmente, en el centro de aquel claro transformado, surgió una puerta. No era una puerta común, sino una hecha de recuerdos y posibilidades, de risas compartidas y lágrimas olvidadas. Ella extendió su mano hacia él, una invitación silenciosa a cruzar juntos hacia lo desconocido.

“¿Te atreves?”, susurró ella, con un brillo de aventura en sus ojos. “Siempre”, dijo él, y tomados de la mano, cruzaron la puerta.

Del otro lado, encontraron un mundo donde el pasado no era una cadena, sino un viento que los impulsaba hacia adelante. Donde cada momento era una oportunidad para comenzar de nuevo, para redescubrirse y reinventarse.

Y así, en un lugar que finalmente se sentía como hogar, ellos bailaron. Bailaron al ritmo de un tiempo que era suyo, en un espacio donde el amor no era un recuerdo, sino una promesa renovada cada día. Y en ese baile, encontraron la felicidad, no como un destino, sino como un camino que se construye juntos, paso a paso.

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