13 enero 2015

El miedo y el amor

Es curioso cómo nosotros, los seres humanos, albergamos temor hacia lo desconocido y, sobre todo, hacia el acto de amar. Cuando el amor llama a nuestra puerta, tendemos a huir, a escondernos, ignorando que podría ser la vivencia más sublime de nuestra existencia.

Nos aterra la idea de entregarnos a quien podría mostrarnos las maravillas del mundo. Como mencioné antes, optamos por la fuga, sin siquiera imaginar las sorpresas, tanto dulces como amargas, que podrían dejarnos un recuerdo imborrable.

Quizá ese amor no sea el definitivo, o tal vez sí lo sea, pero las vivencias que nos brinda pueden enriquecernos, hacernos más sabios y experimentados, mejor preparados para lo que esté por venir. A menudo nos enamoramos y, a pesar de ello, avanzamos, esforzándonos por ofrecer lo mejor de nosotros mismos, aunque a veces esperemos sanar heridas antiguas o incluso olvidemos que hay alguien más allá, alguien que también puede estar temblando de miedo.

Cuando el sufrimiento nos alcanza, comenzamos negando la existencia de cualquier sentimiento, rehusamos tomar riesgos y escapamos de nada menos que de nosotros mismos, de nuestras propias emociones, rechazando la posibilidad de vivir instantes electrizantes junto a personas dispuestas a entregarnos lo mejor de sí.

No nos percatamos del dolor que infligimos con estas acciones hasta que nos vemos en la situación opuesta, cuando nos enamoramos o deseamos entregarnos a alguien que, presa del pánico a comprometerse, a amar, huye sin comprender que estamos listos para mostrarle que no buscamos herirlo, sino explorar juntos un universo maravilloso.

Dejemos que la vida fluya, busquemos a esa persona especial y perdamos el temor a compartir nuestro tiempo. Si caemos, no importa, nos levantaremos; si nos herimos, sanaremos; si algo nos duele, ese dolor finalmente cesará. Amemos con plenitud, pero nunca dejemos de amar, porque amar, llorar, reír, soñar y sufrir son simplemente signos de que estamos vivos.

No hay comentarios: