21 octubre 2011

El laberinto de las llaves

Atrapado en un sueño del que no podía despertar, me encontraba frente a una puerta cerrada, la única salida visible en aquel lugar sombrío. No importaba cuánto explorara sus contornos; la puerta se mantenía inmutable, sellada, como si guardara los secretos de la noche misma.

La desesperación se apoderaba de mí, cuando de las sombras emergió un hombre de turbante y ropajes árabes. Con voz enigmática, me reveló que la libertad residía en elegir la llave correcta. Acto seguido, señaló hacia lo alto y observé, atónito, cómo un torrente de llaves comenzaba a caer del vacío.

Una tras otra, tomé las llaves que descendían en cascada, intentando abrir la puerta, pero cada intento era en vano. Las llaves, todas diferentes en forma y tamaño, se mezclaban en el suelo, mientras la cerradura mutaba caprichosamente, desafiando toda lógica.

De repente, un muro se erigió alrededor, encerrándome aún más. El hombre del turbante, ahora parte del misterio insinuó que incluso el muro era una llave más, una llave gigante. Las llaves seguían multiplicándose, ninguna era la adecuada.

Con los ojos abiertos por la sorpresa, una epifanía cruzó mi mente: si esto era un sueño, yo tenía el poder de hacer lo imposible. Me moví a una velocidad sobrenatural, probando llaves a un ritmo vertiginoso, marcándolas con un tinte oscuro al descartarlas.

Sin embargo, mi estrategia resultó fútil, las llaves continuaban apareciendo sin cesar. Me detuve, y con una sonrisa de comprensión, supe que la llave había estado allí desde el principio. Tomé una al azar del suelo, sin importar si ya había sido utilizada o no, y la inserté en la cerradura, concentrándome en que fuera la adecuada. La giré y, como por arte de magia, la puerta se abrió.

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