25 junio 2011

Lápiz azul

En la penumbra de su estudio, el arqueólogo Gerns delineaba los contornos de un sueño antiguo: la búsqueda de los "lápices azules", perlas de un azul profundo y misterioso, cuyo origen se perdía en los pliegues del tiempo. Estas gemas, compuestas de una materia desconocida y ajena a este mundo, habían sido objeto de sus estudios universitarios, pero nunca había tenido el privilegio de contemplar una con sus propios ojos. Su anhelo era desentrañar su enigma y ser el primero en revelar su procedencia.

Su viaje lo llevó a bordo de una torre de ladrillos rojizos, montada sobre una araña mecánica de hierro y vapor, un leviatán de la era industrial que se desplazaba con la gracia de un ballet mecánico. Gerns, convencido de que las aguas del mundo ocultaban las claves de su búsqueda, navegaba incansablemente por ríos, lagos y mares. De día y de noche, tomaba el timón o confiaba en el piloto automático, mientras escudriñaba el horizonte con su telescopio, en busca de alguna señal o, en el mejor de los casos, de un lápiz azul.

Tras innumerables jornadas sin éxito, Gerns se detuvo a descansar junto al mar, donde el té humeante le ofrecía un breve consuelo. Su mirada se posó en una sirena, Aelila, cuya presencia en la roca distante no le sorprendió. Ella, sintiendo la curiosidad en su mirada, se zambulló en las aguas y se aproximó, más movida por la curiosidad que por la necesidad de compañía.

Entre sorbos de té que se olvidaban y palabras que fluían como ríos, Gerns compartió con Aelila su obsesiva búsqueda. La sirena escuchó atenta, y sin pronunciar palabra, decidió unirse a su odisea. Así, él desde su torre y ella desde el agua, emprendieron juntos la búsqueda de los lápices azules, convencidos de que la unión de sus mundos sería la clave del éxito.

Con el paso de los años, una conexión profunda y compleja fue tejiendo sus destinos. La amistad dio paso a un sentimiento más intenso, aunque la diferencia de sus esencias les impedía cruzar ciertos umbrales. Gerns, marcado por el inexorable paso del tiempo, yacía ahora en la hierba, junto al río, sin fuerzas para continuar. Aelila, inmutable en su juventud eterna, permanecía a su lado.

"Estoy viejo, Aelila. Déjame aquí y continúa sin mí", susurró Gerns, resignado a esperar el final. "No fracasé, porque encontré algo más valioso que cualquier lápiz azul". Las lágrimas de Aelila brotaron, revelando por primera vez su verdadera naturaleza: lágrimas de lápiz azul, redondas y perfectas. "Lo hemos logrado", exclamó Gerns con una sonrisa. En ese instante, comprendieron que el origen de las perlas no era otro que el amor y la tristeza de una sirena.

Aelila, con el corazón roto, cerró la mano de Gerns sobre su último descubrimiento. Al abrirla de nuevo, encontró su mano vacía y los ojos del arqueólogo cerrados para siempre. Entre sollozos, arrastró su cuerpo hacia el abismo marino, donde ambos desaparecieron, dejando tras de sí solo el eco de su leyenda y los lápices azules perdidos en la inmensidad del océano.

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