04 abril 2011

La niña con cabello de sol

En un rincón del mundo donde los jardines flotan y los cristales refractan sueños, vivía una niña con cabello de sol y ojos de cielo despejado. Ella tenía el don de leer las historias que el viento guardaba entre las hojas.

La niña pasaba sus días entre libros y pergaminos, tan absorta en sus lecturas que olvidaba el juego y la risa. Los niños del pueblo la invitaban a correr bajo el sol, a explorar los montes y a reír bajo el cielo azul, pero ella prefería sumergirse en las aventuras que solo podía vivir a través de las palabras.

Un día, mientras el sol tejía hilos de luz entre su cabello, la niña encontró un libro sin título, con páginas en blanco que parecían esperar ser llenadas. Intrigada, tomó su gis y comenzó a escribir, no historias de otros, sino la suya.

Con cada palabra, los jardines colgantes se mecían, y los cristales cantaban melodías que solo ella podía escuchar. Y así, sin darse cuenta, la niña comenzó a jugar, a bailar con las sombras y a reír con el eco de su propia voz.

El tiempo, que antes componía solo para ella, ahora marcaba el ritmo de un juego nuevo y maravilloso. Los niños del pueblo se reunieron alrededor de los jardines colgantes, observando cómo la niña, por fin, dejaba su mirada de miel vagar más allá de las páginas.

“Ven y juega con nosotros”, le gritaban, y esta vez, la niña cerró su libro y se unió a ellos. Juntos, corrieron bajo el sol, y el cielo, en efecto, nunca había sido más azul, el monte más alto, y la pequeña, con su risa resonando en el aire, nunca había estado más hermosa.

Y así, entre juegos y risas, la niña aprendió que la vida es el más maravilloso de los cuentos, uno que merece ser vivido y no solo leído.

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