12 septiembre 2009

En el bar de los viernes

Te contare mi historia, sin mirarte a los ojos,
con un cigarrillo que disimula mi rostro cansado.
Ya no puedo llorar en silencio,
el vacío se adueña de mi ser, desolado.

Nada queda por hacer,
solo observar cómo el reloj consume el tiempo,
me veo en el espejo, ¿debo acaso mentir?
No soy actor de dramas baratos, ni pretendo.

Desearía no ser quien soy,
para no sentir este dolor profundo,
ser como una piedra en el suelo, olvidado,
pero no una que tropieza con el mundo.

En el bar de los viernes, observo risas ajenas,
mientras divago en trivialidades contigo,
solo tú me acompañas al cerrar las puertas,
aunque seas sombra, entiendes mi abrigo.

Puedo rozar las estrellas, surcar el cielo estrellado,
más apaciguar mi alma es lo que no consigo.
Maldigo el instante en que comencé a narrar
historias sombrías en el sofá del olvido.

Te ofrezco un cigarrillo, amigo mío,
permíteme desahogar señalando al que sonríe al mundo,
un ingenuo que desconoce el sabor del fracaso,
volteemos la vista, hay más en este rincón profundo.

Una anciana de ochenta y cinco, espera,
a su amor perdido en guerras sin razón,
y aquel que se cree seductor, ignorante,
de las burlas que cosecha sin compasión.

El padre Raúl, en su túnica oscura,
bebe y escribe lo que el domingo dirá,
esperando que, con algo de inspiración,
alguien, al fin, su sermón escuchará.

No responderás, y no importa, solo necesito hablar,
no busco réplicas vacías, solo alguien con quien compartir
un Martini en la soledad de la noche.

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