01 noviembre 2015

Adopta una jirafa

En la ciudad, las jirafas comenzaron a ser más que una mera curiosidad; se convirtieron en un dilema urbano. Sus largos cuellos, antes admirados en la lejanía de las sabanas, ahora se entrometían entre los semáforos y las copas de los árboles en los parques, donde sus bocados dejaban desnudos los ramajes. Las avenidas se veían obstruidas por estos gigantes gentiles, provocando un caos vehicular que la ciudad no estaba preparada para manejar.

La respuesta de la comunidad fue tan inesperada como encantadora: campañas de adopción de jirafas callejeras adornaban cada esquina, y albergues especiales surgieron como oasis para estos animales desplazados. La gente abrió sus corazones y sus hogares, integrando a las jirafas en el tejido de la vida cotidiana.

Pasear por los parques se convirtió en una experiencia surrealista. Allí estaba un cuidador, pedaleando su bicicleta mientras seis jirafas lo seguían en fila, atadas con cuerdas al manillar. Más adelante, una joven lanzaba un frisbee a su jirafa, que lo atrapaba con una gracia que desafiaba su tamaño. Estos nuevos ciudadanos, con su traviesa inocencia, jugueteaban con las aves y sus globos, provocando que las aves elevaran su vuelo en busca de paz.

Finalmente, la ciudad recuperó su ritmo. Las calles ya no albergaban jirafas errantes; todas habían encontrado un hogar o un refugio. A menudo sueño con adoptar una, pero mi hogar, suspendido en el aire, no es lugar para un ser de la tierra.

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