24 febrero 2015

Secretos

En la década de los años veinte, existía una muchacha cuyo entendimiento de las matemáticas era tan superficial como el rocío en las hojas de la mañana. Sin embargo, en un arrebato de fervor científico, recitó ecuaciones con la velocidad de la luz, diez mil veces en apenas cinco segundos. Cada número, cada símbolo, se convertía en una duda existencial, un cuestionamiento a las leyes que dictaban el orden del cosmos. 

En la maraña de aquel lenguaje críptico, ella vislumbró una solución, un delicado hilo de equilibrio capaz de desentrañar el tejido de la realidad. Si sus cálculos eran correctos, si lograba demostrar su teoría, cien lustros de sabiduría acumulada se desmoronarían como un castillo de naipes ante la brisa del cambio.

Con la solución al alcance de su mente, optó por la huida, abandonando el enigma que había desvelado en unos pocos minutos de iluminación. La muchacha se desvaneció en el vórtice del tiempo, y su nombre se perdió en el eco de los siglos, hasta que hoy, su leyenda resurge, murmurando posibilidades en los corredores de la eternidad.

No hay comentarios: