25 febrero 2015

El Café Cuántico

Al adentrarme en el Café Cuántico, el aroma del grano recién molido me envolvió en una nube de posibilidades. Ante mí, una pizarra desgastada enumeraba las especialidades de la casa con una caligrafía que bailaba entre lo elegante y lo caótico:

Batido de Café
Batido de Plátanos al Café
Café Americano
Café Antillano
Café Calipso
Café Canelado
Café al Caramelo
Café Caraqueño
Café Capuchino
Café al Coñac
Café Curaçao
Café “Champs Elisées”
Café “Château”
Café al Chocolate
Café Danés
Café “du matin”
Café Escocés
Café Flambeado
Con la noche colándose por los amplios ventanales, me acerqué al mostrador y dije con decisión:

Buenas noches, quiero un café escocés.

El reloj marcó cinco minutos en su lento tic-tac antes de que el camarero se aproximara con una taza humeante.

Aquí tiene su café “Château”.

Fruncí el ceño, desconcertado.

Pero yo pedí un café escocés.

El camarero, se inclinó ligeramente y comento:
Lo sabemos, pero mientras preparábamos su café escocés, este decidió ser un café canelado, luego mutó a un café calipso y, en el trayecto hacia su mesa, se transformó en un café “Château”. En este preciso instante, es un café caraqueño, pero si tiene la paciencia de Schrödinger, podría observar cómo se convierte en el café escocés que anhela. Aquí, en el Café Cuántico, las probabilidades fluyen como el río de Heráclito; nunca se sirve el mismo café dos veces.

Con una mezcla de asombro y resignación, tomé la taza entre mis manos. El líquido, oscuro como la noche de un poema, desprendía un aroma que evocaba recuerdos de un lugar que nunca había visitado. Llevé la taza a mis labios y el sabor me sorprendió; era indiscutiblemente un batido de plátanos al café.

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