31 diciembre 2014

Recuerdos

Recuerdo esos sitios a los que nunca fuimos,
o al menos en los mismos no coincidimos.
Extraño charlas elocuentes, de locuras vestidas,
que en nuestra historia no han sido escritas.

Llegaron días de alegría y de pena que no compartimos,
perdona las riñas que nunca tuvimos.
Y en este vaivén de la vida que no vivimos,
agradezco las sonrisas que sí conseguimos.

30 diciembre 2014

Aviones de papel

Aviones de papel, misivas que al cosmos despegarán,
creación sencilla, donde tu esencia podrás confiar.
Serán las palabras el motor, y tus emociones, el combustible vital,
con serenidad procede, evitando un desenlace fatal.

Si un empuje deseas, al astro rey dirige su vuelo,
que orbite y se libere, sin caer en su candente destello.
Que navegue por Saturno, Urano y Neptuno, sin vacilar,
y oremos para que en la helada vastedad no vaya a cristalizar.

¿Qué letras dibujaste? ¿Con qué ímpetu al cielo ascendió?
Quebrando el muro del sonido, la frontera terrenal superó,
conservando vivo aquel afecto, a la máxima celeridad,
cruzando el universo, donde el silencio es eternidad.

Intriga me causa, ¿a quién van tus versos destinados?
Recorrerán lo ignoto, por miradas jamás avistados,
a esquinas sombrías donde la claridad no ha tocado jamás,
será tu recado el pionero, aguardando qué eco resonará.

Busco un amor

Busco un amor que en el cosmos se refleje,
que como estrella fugaz, su luz no deje.
Un amor que en la oscuridad brille con fuerza,
y que en la distancia, su calor aún se sienta.

Como la gravedad, que todo lo atrae sin cesar,
así quiero que nuestro amor pueda vincular.
Que no haya vacío que nos pueda separar,
ni galaxias lejanas donde no podamos llegar.

Que nuestro afecto sea como la luna llena,
iluminando las noches, serena y amena.
Y que las estrellas en el cielo, tan resplandecientes,
sean testigos de un amor, eterno e imponente.

29 diciembre 2014

Quemaron los sueños

Él era mi amigo,
vivió en la época donde todo era posible,
no había límites,
todos perseguían un sueño.

El mundo cambió,
y lo tildaron de loco,
quisieron crucificarlo,
pero solo fue abandonado.

Llegaron días nuevos,
mas no eran los mismos,
tan pronto venían como se iban,
el tiempo volaba ligero.

Quemaron los sueños,
desencadenaron el miedo,
se esfumó todo deseo,
y la ira se desató.

La flor entre el fusil,
yo anhelo la paz,
más guerras es lo que hallarás,
espera llegar solo al final.

Nuevo concepto de arte,
aberraciones conceptuales,
desnudos incomprensibles,
todo por amor a los ideales.

El hombre alcanzó la luna,
se despojó de la gravedad terrenal,
y sus rostros sonreían,
ocultando las falsedades que portaban.

27 diciembre 2014

El Pintor

En el corazón de Guadalajara, entre el bullicio y la calma, habitaba un pintor de hiperrealismos, un anciano de casi un siglo, de piel curtida por el sol y cabellos como hilos de plata. Su rostro, un mapa de surcos y pliegues, era el testimonio vivo de una vida dedicada al arte.

Le pregunté una vez, ¿por qué sus pinceles daban vida a modelos y paisajes con tal minuciosidad? Se quitó el sombrero, un gesto teatral, y con un pañuelo acarició su frente, sus ojos parpadeando el cansancio de los años. Me contó que, en su niñez, cuando las cámaras fotográficas eran novedad en la ciudad, quedó fascinado con las imágenes que capturaban esos aparatos mágicos.

Al crecer, su corazón se enredó en el amor por una joven hermosa, habitante de lo que hoy conocemos como la avenida Vallarta. Paseaban por el centro, y él soñaba con inmortalizar su imagen. Pero las cámaras eran un lujo inalcanzable, y el proceso de revelado, un enigma costoso.

Así, tomó los pinceles como su cámara, buscando capturar la esencia de lo real. Día tras día, experimentaba con técnicas, algunas aprendidas, otras nacidas de su ingenio. Pintaba en cada instante libre, sin desperdiciar ni un suspiro, guardando en secreto su empeño, anhelando sorprender a su amada con un retrato que fuera espejo de su ser, que reflejara cada detalle, cada poro, cada hebra de su cabello.

La tragedia golpeó cuando ella enfermó y, poco después, partió de este mundo. El pintor se sumergió en un abismo de tristeza, y aunque continuó pintando, lo hacía como autómata, sin conciencia de su arte.

Un día, ya entrado en años, mientras pintaba absorto en la plaza tapatía, una niña lo sacudió de su letargo con una pregunta inocente: "¿Es una pintura o una fotografía?" Aquellas palabras resonaron en su interior mientras contemplaba su obra: una joven vestida de blanco, protegiendo su sombrero del viento con elegancia. La gente comenzó a congregarse, admirando la veracidad de su trabajo. Desde ese momento, se entregó a pintar con fervor hiperrealista todo cuanto sus ojos podían ver.

Tiempo después, regresé al centro de Guadalajara con la esperanza de reencontrarlo, pero había desaparecido. Nadie sabía de su paradero ni qué había sido de él. Solo quedaba el eco de su recuerdo, la última imagen de un hombre bajo el manto nocturno, pintando estrellas.

Volvía una y otra vez

En la ciudad de los ecos perdidos, había un café donde el tiempo parecía detenerse. Era un lugar de encuentro para almas errantes y corazones solitarios, un refugio para los que buscaban consuelo en el aroma del café recién molido.

Cada mesa contaba su propia historia, pero había una en particular que guardaba el eco de un amor no correspondido. Allí se sentaba cada tarde un hombre de mirada melancólica, que volvía una y otra vez, como si esperara revivir un momento que ya no volvería.

Un día, el cielo se abrió en un llanto de nubes, y la lluvia caía como un velo sobre la ciudad. El hombre, sentado en su mesa habitual, dejó que sus lágrimas se confundieran con las gotas que golpeaban los cristales del café. Recordaba a aquella mujer a la que amó en silencio, a la que gritó con el alma, pero cuyos oídos nunca escucharon su llamado.

El café seguía siendo testigo de su dolor, de los fractales de su memoria dispersándose en el aire, fragmentando el espacio-tiempo. Y aunque intentaba disimular sus lágrimas con la lluvia, su corazón no podía ocultar la tristeza que lo consumía.

Así pasaron los días, y el hombre del café se convirtió en una leyenda urbana, el fantasma de un amor que nunca fue, esperando en vano por una voz que respondiera a su llamado.

26 diciembre 2014

Silencio

En un rincón olvidado del mundo, donde los murmullos se perdían en el viento, vivía una joven con una curiosidad insaciable por los misterios del silencio. "¿Tiene sonido el silencio?", preguntaba a menudo, pero nadie parecía tener la respuesta.

Un día, mientras el sol se ocultaba tras las colinas, ella se encontró con un viajero, un hombre de palabras suaves y mirada profunda. "¿Tiene sonido el silencio?", le preguntó con la esperanza de descubrir lo que tanto anhelaba.

"Cierra los ojos", le dijo él, y en el acto más delicado, la besó sin un solo ruido, sin perturbar la calma del crepúsculo. Ella abrió los ojos, una sonrisa iluminando su rostro, pero con una chispa de travesura dijo: "Eso no responde a mi pregunta".

Entonces, un silencio profundo los envolvió, un silencio que parecía tener vida propia. Él extendió su mano, y ella, con un gesto de comprensión, la tomó entre las suyas. En ese instante, sin palabras, sin sonidos, entendió que el silencio era un lenguaje, una melodía que solo el corazón podía escuchar.

Y así, en la quietud de ese momento, descubrieron juntos que el silencio tiene el sonido más dulce, el de dos almas encontrándose sin necesidad de palabras.

23 diciembre 2014

El profesor y su mascota

En la casa de la esquina, con su fachada cubierta de hiedra y sus ventanas siempre cerradas, vivía un hombre conocido por sus vecinos como un excéntrico profesor. Nadie sabía a ciencia cierta a qué se dedicaba, pero los rumores hablaban de experimentos que desafiaban la comprensión común.

Un día, su curiosa vecina, lo abordó con una pregunta: "Profesor, ¿qué esconde en su sótano?". Con una mirada cómplice y una voz que parecía esconder mil secretos, el profesor le confesó que albergaba un agujero negro. "Se perdió en nuestro sistema solar, y lo encontré vagando, hambriento. Ahora lo cuido mientras busco un nuevo hogar para él en alguna galaxia lejana y deshabitada", explicó.

La vecina, con los ojos abiertos por la incredulidad y la fascinación, preguntó con ansias: "¿Y con qué lo alimenta?". El profesor, con una sonrisa que rozaba lo enigmático, le respondió: "Con pequeños universos que creo en mi colisionador. Cada uno es un festín para mi pequeño devorador de estrellas".

Dile que la amo

En la ciudad, había una chica que poseía un don peculiar. La gente la llamaba Lía, la tejedora de luces, y decían que con un simple soplido podía crear maravillas que desafiaban la realidad.

Hoy, mientras el sol se despedía con pinceladas de colores cálidos, la conocí. Lía estaba en el parque, con un pequeño aro en su mano, y al soplar a través de él, no eran burbujas lo que nacía, sino singularidades que capturaban la luz del crepúsculo. Giraban en el aire, torciéndose y estirándose hasta tomar la forma del símbolo de infinito, como mariposas de luz que bailaban al ritmo de una melodía inaudible.

Los transeúntes se detenían, hipnotizados por el espectáculo. Con cada burbuja que reventaba, un destello fotográfico iluminaba sus rostros, dejando una huella efímera de asombro en sus ojos. Era magia, pensé, la magia de un universo contenido en el aliento de una chica.

Me acerqué, cautivado por la belleza de su arte. "¿Cómo lo haces?", pregunté, mi voz apenas un murmullo entre la multitud. Ella sonrió, y su mirada brilló con la promesa de secretos no revelados. "Es el lenguaje de la luz", dijo, "y cada soplido es una palabra que cuenta una historia".

Cuando la noche cayó, y las estrellas comenzaron a titilar en el cielo, Lía guardó su aro y se preparó para partir. "Si la ves", le dije a la brisa que comenzaba a soplar, "dile que la amo". Y aunque ella no escuchó mis palabras, supe que el viento las llevaría a ella, junto con las mariposas de luz que aún revoloteaban en mi corazón.