30 mayo 2011

Tal vez ocurra

¿Y si nos arriesgamos?
¿Y si nos atrevemos?
Tal vez ocurra lo inesperado,
y algo valioso perdemos.

O dejemos todo tal cual está,
que cada quien siga su senda,
y al final del viaje miraremos,
si nuestros caminos se enmiendan.

Lo que realmente importa,
es este amor que nos profesamos,
lo único que nos queda,
es la esperanza de reencontrarnos.

Intriga lo que el destino nos depara,
unidos o separados,
con el tiempo lo sabremos,
y así demostraremos,
que, si tú y yo nos reunimos,
nuestro amor es sincero y claro.

Y si no ocurre,
¿qué más podría pasar?
Solo quedará el recuerdo,
de un sueño singular.

Son lágrimas

¿Has visto caer la lluvia, alguna vez?
Dime si algo te aflige,
si hay algo en lo que pueda asistir,
aquí estaré, aguardando por ti.

He notado cómo tus lágrimas descienden,
sé que no son de nubes, eso entiendo,
cuéntame qué ha sucedido para verte así,
si necesitas compañía, aquí me tendrás a mí.

¿Has visto caer la lluvia? Repites,
te confirmo que el cielo está sereno,
y, aun así, en tu semblante hay gotas,
son lágrimas, no de lluvia, sino de tus hermosos ojos.

Me he percatado

Me he percatado, amarte me causa dolor,
es un enigma lo que acontece,
pensarte solo aumenta mi pesar,
incertidumbre si es capricho o amor verdadero.

Mas daño me haces, amándote en silencio,
y presiento que esto ya no es querer,
amar debería ser dicha, no sufrimiento,
como volar libre en el vasto cielo,
degustar un dulce pastel al atardecer,
vivir un sueño sin final, sin desvelo,
narrar un cuento donde tú eres mi ser,
convertirme en tu guardián, tu anhelo.

Esa sensación se ha esfumado,
duele amarte, es un hecho insólito,
hubo un tiempo en que lo vivido era mágico,
pero se ha desvanecido, me siento desolado,
y es que duele amarte más de lo que recibido.

Luciérnaga que en mi mente resplandeces,
descifra este misterio que me aqueja,
al pensar en ella, el dolor me estremece,
¿es amor verdadero o una cruel condena?
Es un misterio lo que a mi alma le pesa,
y duele saber que te amo más, en esta escena.

28 mayo 2011

Partiste sin ruido

¿Por qué decides partir?
Dejas mi mirada en la nada flotar,
y herido es como me siento sin ti,
te has ido a un lugar, a donde no puedo volar.

Partiste sin ruido, sin dejar huella al andar,
con recuerdos que en el viento quise atrapar,
cansado de este juego, de tanto preguntar,
¿por qué decidiste alejarte y no mirar?

Sé que no deseas que te siga al caminar,
así que solo diré adiós, sin más intentar,
que el viento se lleve mis lágrimas al mar,
para que veas desde lejos mi pesar.

21 mayo 2011

Cierra los ojos

En el silencio de la noche, mi violín va a sonar,
con melodías que al viento quiero confiar,
para que en su viaje te puedan encontrar,
y en tus sueños dulcemente te puedan acunar.

Mis dedos danzan sobre las cuerdas con pasión,
cada nota es un suspiro, una confesión,
que revela un amor profundo sin condición,
esperando llegar a ti como una dulce canción.

Así que cierra los ojos, siente la emoción,
de este humilde músico que te ofrece su corazón,
con un violín y una canción llena de devoción,
buscando en la distancia tu amorosa atención.

El Flautista

Con entusiasmo el flautista tocaba,
su melodía en el aire vibraba.
Niños danzaban, al son se acercaban,
en círculos alrededor, cantos elevaban.
Con alegría, el sol más brillaba,
un día mágico y único se desataba.
La música, al corazón, dulcemente llegaba,
con cada nota, una emoción despertaba.
Mas al final, el flautista, con tristeza se alejaba,
a otros rincones su arte singular llevaba.
Una última pieza con amor entonaba,
y en los niños, un recuerdo imborrable sembraba.
Del gran flautista que de la nada surgía,
y en sus rostros, sonrisas florecía.

20 mayo 2011

Se desvanecieron

Se desvanecieron aquellos dibujos,
y los poemas, poco a poco, se perdieron.
Mis recuerdos, de la mente se deslizaron,
y otros tantos, con mis lágrimas se fueron.

¿Por qué intentar recuperar lo que se ha ido?
Es buscar en el mar una lágrima caída.
No hay razón para esperar, no hay motivo,
cuando su felicidad en otros brazos anida.

La amo, y su alegría es mi deseo,
aunque su sonrisa no sea para mí.
Quiero su felicidad, sin ningún pero,
y ahora me toca a mí partir.

Quizás en algún lugar, ella me busca,
espero no sea tarde, que aún tenga luz la antorcha.
Rezo para que no haya sido en vano,
que no la haya dejado ir, sin haberlo notado.

18 mayo 2011

Una princesa hechizada

En la penumbra del bosque se ocultaba el espíritu de una princesa hechizada, cuya belleza y ternura eran incomparables. Su rostro, de líneas finas y delicadas, se complementaba con una piel tersa, cabellos lacios de un dorado resplandeciente y ojos cautivadores, oscuros como el abismo nocturno. Su figura esbelta y de baja estatura se envolvía en un manto blanco, tan luminoso como el día en su cénit.

Habitaba sobre una roca en el corazón de un lago, emergiendo solo al caer la noche. La princesa se deleitaba jugando con el viento, creando sinfonías al agitar las ramas de los árboles y entonando nana a los peces del lago para arrullar sus sueños.

Acicalaba la luna con sus caricias, buscando su tacto frío; conversaba con las estrellas, confidentes de sus sueños más íntimos. A veces, se entregaba a la danza sobre las aguas de la laguna, haciendo que las luciérnagas se sumaran a su baile en un coro de luz. Las aves nocturnas entonaban sus melodías, encantadas por la visión de la niña entre giros y saltos.

Cada noche se desplegaba un espectáculo de pura imaginación. La princesa destilaba felicidad, y con ella, todos los seres que compartían su entorno: los animales del bosque, el viento, la noche misma, la luna, las estrellas y los árboles; todos participaban de esa dicha inefable.

Ella recitaba versos que todos atendían, narraba historias que todos absorbían. Era una bendición su presencia, pues con el tiempo, esos espíritus se han ido esfumando. Pero ella se resiste a desaparecer, aferrándose a la esperanza de seguir esparciendo alegría entre los demás.

17 mayo 2011

La princesa y el vagabundo

En un reino oculto entre las sombras de un bosque ancestral, residía el espíritu de una princesa hechizada. Su belleza, de una naturaleza tan divina que se decía, ningún mortal era digno de contemplarla sin arriesgar la vida misma. Como si su mera visión fuera un edicto de muerte para aquellos ojos impuros que osaran posarse sobre ella. Su voz, un eco celestial, permanecía igualmente silenciada, pues no existían oídos merecedores de tal sinfonía.

Confinada en su soledad, la princesa se convertía en leyenda; su existencia, un murmullo entre los árboles que custodiaban su prisión de aire y luz. El reino, protegido por el temor reverente a su canto, se mantenía intacto, pues se creía que su melodía podía doblegar ejércitos enteros o condenarlos a la muerte si no eran dignos de su gracia.

La princesa, encerrada en su torre de marfil, anhelaba la calidez de un abrazo, la simpleza de un saludo, o la ternura de un beso. Nunca invitada a danzar, su figura se desvanecía en la penumbra del castillo, donde cada paso resonaba con el eco de su soledad.

Cuando se aventuraba más allá de sus muros, el mundo se inclinaba ante ella, temeroso de un estornudo o una palabra que pudiera desatar su poder involuntario. Sus ojos, dos esferas de noche eterna, jamás se encontraron con otra mirada. Sola y temida, así estaba destinada a vivir, hasta que un día, todo cambió.

Un joven vagabundo, ajeno a las leyendas y miedos del reino, se adentró en el bosque con sus lentes de madera, tan ciegos como su portador. Eran su única guía en un mundo de sombras y siluetas. Por azares del destino, sus pasos lo llevaron al jardín real, donde la princesa, sumida en su soledad, lloraba por un destino de aislamiento perpetuo.

La presencia del muchacho, tan inesperada como una brisa en calma, despertó en ella una mezcla de temor y curiosidad. Se mantuvo oculta, observando cómo él, perdido, pedía ayuda a la nada. Su voz, un murmullo entre las hojas, apenas alcanzó los oídos del joven, que respondió con una sonrisa, la primera que ella había provocado en mucho tiempo.

Nació así una amistad secreta, un vínculo que la princesa guardaba como el más preciado de los tesoros. Nunca reveló su verdadera identidad, temerosa de que el conocimiento pudiera romper el encanto y alejar a su único amigo.

Los días se sucedían entre juegos y conversaciones, un oasis de felicidad en la vida acorazada de la princesa. Pero como todas las historias de encantamientos, la magia es frágil y el destino, caprichoso.

El joven, en su búsqueda de un presente para su amiga, se topó con un río que brotaba de las raíces de un árbol colosal. La curiosidad lo llevó a lavarse el rostro con aquellas aguas misteriosas, y como por arte de magia, su vista fue restaurada. La emoción lo embargó tanto que corrió a compartir su alegría con la princesa, sin saber que su nueva habilidad traería consigo una separación dolorosa.

La princesa, al percatarse del cambio, se ocultó, temiendo dañar al muchacho que había conquistado su corazón. El vagabundo, incapaz de encontrarla, decidió pedir ayuda a la única que creía podía localizar a su amiga: la princesa del reino.

Siguiendo las estrictas instrucciones de los guardias para preservar su vida, se presentó ante ella, cabeza gacha, corazón palpitante. La princesa, desde su trono, derramó una lágrima al reconocerlo. Él, ajeno a su identidad, escribió en un libro su súplica por encontrar a la amiga que tanto amaba.

La respuesta de la princesa fue un enigma envuelto en amor: debía renunciar a su vista recién encontrada para reunirse con su amada. Sin dudarlo, el joven buscó el río y, al consumir una hoja del árbol mágico, su mundo se sumió nuevamente en oscuridad.

Saltó de felicidad, sin percatarse de que sus lentes caían al río, perdiéndose para siempre. Corrió en busca de su amiga, sin saber que se adentraba en un laberinto sin salida. La princesa lo esperó, día tras día. Con el corazón roto, continuó su vigilia, esperando un reencuentro.

Mientras el joven vagabundo se perdía en la inmensidad del bosque, la princesa, movida por un impulso de amor y esperanza, decidió romper con su destino. Con cada paso que daba fuera de su castillo, las cadenas de su maldición se debilitaban, desafiando los antiguos hechizos que la ataban.

Guiada por el vínculo invisible que los unía, encontró al joven errante, sus lentes de madera flotando en el río, testigos mudos de su sacrificio. Con un gesto de valentía, se reveló ante él, y al mirarla, él no vio más que una sombra, pero supo que era ella, su amiga, la que había llenado sus días de luz.

El amor verdadero había triunfado sobre la maldición, y la princesa, por primera vez, pudo ser vista sin temor a causar daño. Los dos, liberados de los temores y supersticiones, regresaron al reino. La noticia de su amor y la ruptura del hechizo corrió como un río de estrellas, llevando consigo un mensaje de esperanza y renovación.

El reino celebró la unión de la princesa y el joven, y desde aquel día, la belleza y la voz de la princesa ya no fueron motivo de miedo, sino de admiración y alegría. Juntos, gobernaron con justicia y bondad, recordando siempre que la verdadera magia reside en el corazón y en la valentía de cambiar nuestro destino.

Escucha bien

¿Quieres descubrir un secreto?
Siempre te amé, eso es concreto.
No lo oculto, siempre estaré,
como un tonto, esperando otra vez.

Escucha bien este secreto mío,
nunca dejé de pensar en ti, ni un día frío.
Desde tu ausencia, aquí sigo de pie,
junto a una piedra, esperando a que veas.

Atiende a lo que voy a confesar,
una vez te esperaré en este lugar.
Y quizás continúe haciéndolo, otra vez más,
me cansaré, lo sé, pero por ti lo enfrentaré.

Aunque no me quieras, como yo a ti,
este secreto guardo solo para mí.
Por fin, mi secreto voy a revelar,
te amo de una forma sin igual.

Eres única para mí, eso es verdad,
aunque tú no lo sepas, no puedo confesar.
Solo espero que algún día puedas descubrir,
este amor que guardo aquí, solo para ti.