04 junio 2009

El abuelo

En una noche invernal, la luna se ocultaba tras un velo de nubes espesas. La nieve caía con una calma engañosa, y la quietud reinaba soberana. En una casa, indistinguible de las demás, un anciano buscaba el calor de la chimenea. Vestía un pijama a cuadros y unas pantuflas mullidas; en una mano sostenía el periódico y en la otra, una pipa aún por encender.

Tras un día exhausto, se acomodó en su sofá, buscando el consuelo del fuego, la compañía de las noticias impresas y el sosiego que prometía su pipa. Pero un estruendo perturbó la habitación, y un frío glacial se coló por la ventana. Con un gesto mecánico, la cerró y retomó su lugar, intentando reanudar la lectura. No obstante, golpes en el cristal lo sacaron de su ensimismamiento; al investigar, descubrió una rama que azotaba el ventanal. La apartó y selló de nuevo su refugio.

El reloj de la sala avanzaba con parsimonia, y mientras el anciano fumaba, el fuego de la chimenea se extinguió. Irritado, buscó más leña, se abrigó y salió al frío. Al regresar, reavivó la llama, pero la noche parecía conspirar contra su paz: el goteo de la cocina, el crujir de la madera, el murmullo de la nieve. Todo parecía confabular para robarle la serenidad.

Con la llegada del alba, finalmente, el viejo se entregó a su periódico y a su pipa, fumando con una tranquilidad recién hallada. Pero a medida que el sol ascendía, su figura se desvanecía en la luz matutina. Una joven, descendiendo las escaleras, encontró la pipa aún humeante sobre el sofá. La apagó, limpió el espacio, recogió el periódico y murmuró para sí: "Parece como si mi difunto abuelo aún estuviera aquí".